Les tocó la lotería a los chicos de la oficina. Y todos dejaron sus puestos de trabajo. Mandaron a la mierda a aquella empresa que, unos meses antes, los había subrogado aplastando sus escasos derechos laborales. Sin convenio, trabajando más horas y con el mismo mísero sueldo. Pero la suerte les cambió. Una noche, decidieron comprar un décimo para el gordo de Navidad en el restaurante en el que, de vez en cuando, quedaban a cenar. Lo hicieron en un arranque de esperanza, como una necesidad de cambiar su rumbo, de dibujar su próximo trayecto... ¡Y tocó! Aquel 22 de diciembre, los teclados se pulsaban lentamente. Los días libres por Navidad estaban asomando y el agotamiento de todo un año era cada vez más palpable. Ana subió eufórica del café de la mañana. "¡Ha tocado, ha tocado!", gritaba. Sin duda, el final del año trajo un año nuevo. Ella volvió a su tierra. Se instaló a las afueras de San Sebastián y comenzó de nuevo. Dejó atrás Barcelona, la ciudad a la que llegó con pare