Les tocó la lotería a los chicos de la oficina. Y todos dejaron sus puestos de trabajo. Mandaron a la mierda a aquella empresa que, unos meses antes, los había subrogado aplastando sus escasos derechos laborales. Sin convenio, trabajando más horas y con el mismo mísero sueldo. Pero la suerte les cambió. Una noche, decidieron comprar un décimo para el gordo de Navidad en el restaurante en el que, de vez en cuando, quedaban a cenar. Lo hicieron en un arranque de esperanza, como una necesidad de cambiar su rumbo, de dibujar su próximo trayecto... ¡Y tocó! Aquel 22 de diciembre, los teclados se pulsaban lentamente. Los días libres por Navidad estaban asomando y el agotamiento de todo un año era cada vez más palpable. Ana subió eufórica del café de la mañana. "¡Ha tocado, ha tocado!", gritaba. Sin duda, el final del año trajo un año nuevo. Ella volvió a su tierra. Se instaló a las afueras de San Sebastián y comenzó de nuevo. Dejó atrás Barcelona, la ciudad a la que llegó con pareja procedente de Canarias. A las islas marchó al cumplir 30 años. La típica crisis. Pero las aves migratorias siempre encuentran el camino de regreso. Su billete de vuelta no fue de tren. Fue del azar.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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