El vestuario masculino del gym da mucho juego. Comentarios sobre tetas entre machos trogloditas. Viejetes con la pinga al aire revoloteando. Pierna tatuada con el escudo del Barça. Ejecutivo que llega para ponerse el traje y acudir a un evento. Marroquíes que se duchan con el gayumbo puesto. Grupo de colegas que se cubren el torso con celofán transparente, como si fuesen un bocadillo de tortilla de un lúgubre bar de carretera. Tíos que se cepillan los dientes, se afeitan o se depilan la espalda. Cuerpos buenorros que se enjabonan a tu lado. Papá que ha ido a buscar a su hijo y le seca el pelo tras la clase de natación. La chica de la limpieza a la que se le da luz verde para poder entrar. Los que se molan a si mismos y comprueban sus músculos ante el espejo. El vigoréxico que parece vivir allí. En fin, una caja de sorpresas antes y después de cada jornada deportiva.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
celofán transparente? Para qué?
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