Volver. Volver a escribir en este blog casi abandonado, y no porque no haya cosas que teclear. Las circunstancias han hecho que sea en trayectos de AVE, con libreta y bolígrafo o bien con la heramienta "notas" del móvil, donde haya dejado fluir aquello que pienso, o siento. Ese único rinconcito, la escritura, en el que sumergen mis emociones, muchas veces negativas que implican vivir con ansiedad disfuncional, alerta y miedo. También vuelvo de vacaciones. Este año, más cortas. De hacer miles de kilómetros en avión, tren y esos autocares profundos que intentan conectar lugares y personas. Semanas de visitar lugares nuevos, de volver a los de siempre y de fotografiar momentos que, aunque más bonitos con la ayuda de Instagram, no disimulan una mirada triste, pensativa, perdida... Vuelvo a Barcelona, a mi rutina. A una ciudad y a un día a día del que me planteo una excedencia. Una vuelta dura. Con una ausencia, la de alguien que se fue hace ya tres meses. Son las hostias que te da la vida... Una marcha repentina...y no sigo. No sigo porque mi ordenador se bloquea y yo también. Finalizo con una frase que leí en algún lugar que dice "me acuerdo mucho de aquellos días. De cuando la vida era otra cosa". No voy a hacer balances. Para mí, antes, nada era para siempre, incluso la vida no lo es. Pero la muerte no tiene vuelta atrás... Allá donde estés, un beso.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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