Tras amanecer, desayuna café acompañado de crujientes tostadas mientras él se lleva a la boca un mendrugo del día anterior. Mientras ventila su habitación y estira su nórdico de Ikea, él salvaguarda en un rincón del cajero sus viejos cartones que utiliza como catre. Pasa la mañana conectado a Internet. Él, si lee algo, será el diario gratuito que reparten a la boca del metro. Después, queda a almorzar en el restaurante de moda del barrio, a la vez que él hace cola en el comedor social. Por la tarde, disfruta de la oferta cultural barcelonesa. Él, deambula sin rumbo como si fuera invisible ante el gentío. Oscurece. Ducha relajante con gel aroma a coco, cena ligera y película en pantalla de plasma. Su vecino, con el estómago ya casi vacío, se enfrenta a otra noche a la intemperie bajo la hostilidad de la calle. Dos vidas cercanas en espacio y tiempo, pero demasiado opuestas. Ignorados, principalmente, por quien observa amanecer bajo un techo que le proporciona dignidad pero que, tal vez, no valora extensible hacia aquellos que no tienen los billetes que él, cada día, extrae del cajero situado enfrente.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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