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Sin techo, sense sostre, homeless...

Tras amanecer, desayuna café acompañado de crujientes tostadas mientras él se lleva a la boca un mendrugo del día anterior. Mientras ventila su habitación y estira su nórdico de Ikea, él salvaguarda en un rincón del cajero sus viejos cartones que utiliza como catre. Pasa la mañana conectado a Internet. Él, si lee algo, será el diario gratuito que reparten a la boca del metro. Después, queda a almorzar en el restaurante de moda del barrio, a la vez que él hace cola en el comedor social. Por la tarde, disfruta de la oferta cultural barcelonesa. Él, deambula sin rumbo como si fuera invisible ante el gentío. Oscurece. Ducha relajante con gel aroma a coco, cena ligera y película en pantalla de plasma. Su vecino, con el estómago ya casi vacío, se enfrenta a otra noche a la intemperie bajo la hostilidad de la calle. Dos vidas cercanas en espacio y tiempo, pero demasiado opuestas. Ignorados, principalmente, por quien observa amanecer bajo un techo que le proporciona dignidad pero que, tal vez, no valora extensible hacia aquellos que no tienen los billetes que él, cada día, extrae del cajero situado enfrente.

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