Siento necesidad de parar. De tener tiempo. No sé muy bien para qué. De hecho, llevo mal no ocuparlo. Pienso que se escapa. Que las agujas del reloj no descansan. Que el tiempo es nuestro peor enemigo. Pero tenemos que soportarnos. Lo alimento. Lo cebo cada día hasta tener una agenda colapsada. Tiempo de trabajo, principalmente, y tiempo de ocio poco improvisado. Todo planificado. Consecuencia de la vorágine diaria. De un día a día de consumo rápido que pide más. Mi necesidad de parar lucha contra mi incapacidad de pisar freno. Por suerte, mañana es viernes. Pero llega el lunes. Y vuelta a empezar. Las semanas giran como la noria del recinto ferial. Pero, ¿y si pulso un botón llamado excedencia?
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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