La música forma parte de la vida. Y la vida está compuesta por personas, lugares y momentos a los que, muchas veces, asociamos con una canción. Con una letra que nos identifica. A veces, puede que no tengamos fuerza para volver a escucharla. Que sea droga dura poco recomendable. Puede que esa banda sonora que nos unía con personas, lugares y momentos necesite una nueva versión. Cambiarle la melodía y el texto. Pero que siga sonando. Que nos conecte con el "aquí y el ahora"; que no descansa, que va por libre, se recicla y, a veces, nos hace sentir pequeñitos. Necesito una canción. Una canción que versione una historia. Porque la que tenía ya no sirve. Tengo que buscarla. Mejor aún, escucharla por azar. Y entonces, podré regalarla.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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