Recupero la contraseña de este blog. De esta forma, podré cumplir uno de mis objetivos incumplidos antes de llegar a los 41: volver a escribir. Los otros tienen el stick verde desde hace meses: retoque facial y aprender francés. El nombre de esta página es premonitorio: "Algún día seré periodista". Comencé a postear en 2009 y, un año después, decidí abandonar Periodismo. La última entrada es de diciembre de 2017, tras un viaje a Tailandia. Teclear es terapeútico, pero apenas lo he hecho este último tiempo. Muchas, muchísimas líneas que se han quedado en el tintero y que formarían capítulos repletos de dolor y gloria, como el título de la película de Almódovar. Ocho años sin publicar, ocho años sin apenas utilizar la pluma para canalizar emociones, ocho años en alerta ante la enfermedad del olvido.
Agosto de 2025. Vuelvo al trabajo, tras unas semanas descubriendo Francia y varios días turisteando en mi ciudad de acogida. Es lunes. Por la tarde, tengo una sesión fotográfica en el barrio Gótico. Cerquita de casa. Casi no habíamos hablado ni por Instagram ni por WhatsApp. Algo muy orgánico. Un soplo de aire fresco, ante el retorno al despacho en el que escucho, día a día, una parte de la vida gris, díficil, injusta. Cambio de impresiones antes de comenzar, alguna pauta, escojo jockstrap, y a disparar. Tomas muy próximas, mientras danzo en una cama doble, con los ojos cerrados, como si nadie más estuviera allí, como si nadie estuviera inmortalizando ese momento, como si nadie estuviera siendo testigo de mi baile, tumbado y sin ropa... Aquella tarde, retomé un movimiento que mi mente y mi cuerpo tenían bloqueado. Coreografía en pareja. Una experiencia que, tal vez, sólo sea un shotting más aunque con un resultado diferente. Pero al igual que canta Beret, "cómo decirle a un río que se pare y deje de fluir". ¡Fluyamos!
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