Enero y abril; dos meses en los que comencé y continué el taller de iniciación al teatro para no actores. Enero y abril; dos meses con sus respectivas crisis y un final. Junio, último día del primer semestre del 2015. 30 de Junio, un día que me hace echar la vista cinco años atrás. Algunas piezas se desencajarían para formar un nuevo rompecabezas. Ayer, primera experiencia teatral ante el público. Una escena ambientada en un vagón de metro; un vigilante que aporta de todo menos seguridad, una anciana acompañada por una trabajadora social innecesariamente asistencialista, dos raros (uno con rizos a lo Bisbal) con intención de poner una bomba y una manifestante del 15M con ganas de follón pero más sola que la una. Un cóctel improvisado hasta el último momento. Porque esta experiencia, a la que mis compañeros han llamado "locura", me ha hecho entender un poco más la importancia del "aquí y ahora", de la tolerancia a la incertidumbre y de que la vida, casi siempre, es una improvisación continua. Compañeros encarnado un personaje ficticio que, tal vez, tuviera algo de nosotros. Improvisando escenas. Dejando al margen los roles que la sociedad, o nosotros mismos, nos adjudica a diario. Una inyección de energía por algo compartido. Una pequeña huida semanal durante 16 semanas, un oasis ante la improvisación de un duelo, un espacio para compartir más allá del vagón que, de repente, se para en mitad del túnel. Una experiencia en la que ni una sola línea estaba escrita. Un ejemplo de que la vida no se ensaya...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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