María se enfrenta ante un voraz reclutador que le invita a que se defina. "Soy una persona normal", dice la protagonista de la película Requisitos para ser una persona normal, pero se da cuenta que no cumple ninguno de los ítems que la eleven a tal estado; no tiene trabajo, ni casa (la acaban de echar por no pagar el alquiler y tiene que volver al hogar materno), ni pareja, ni vida social, ni aficiones, ni vida familiar. Y por supuesto, no es feliz. Otra treinteañera en crisis. Un listado de requisitos a los que podemos añadir un stick o tacharlos. O una combinación de ambos. Porque es casi imposible que todo nos vaya bien en la vida al mismo tiempo. Aunque lo queramos todo. Yo pensaba que me aportabas estabilidad. Pero ahora creo que no era así y me jode llegar a este punto. A los dos meses y medio un comentario intencionado de una mala tipa, a los cuatro tu primera crisis, tras mi difícil Navidad yendo y viniendo, y a los siete, tras mirar vuelos a Vietnam, la crisis definitiva. Y te justificas. Te preguntas cómo no lo veía venir. No soy ciego ni idealista. Más bien negativo realista. Pero, sin duda, me compensaba todo lo demás. Porque las dificultades también están para vencerlas, aunque a ratos impliquen una bajada a los infiernos. Pero primero, hay que reconocer el problema y que te ayuden a llegar a su origen. Porque el tiempo pasará, alguien se cruzará en tu vida y volverás a intentarlo. Pero, como la canción de Merche, no se puede dar una de cal y otra de arena sin que el otro sepa la razón...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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