Se sienta en el chester de Pepa Bueno la cantante Ruth Lorenzo. Y hay algo que me recuerda a una observación que, hace ya algún tiempo, me hicieron sentado al otro lado de la mesa. Porque uno no es Trabajador Social las veinticuatro horas. Comienza el programa hablando de las líneas; "las líneas ordenan nuestra vida. Sólo hay que seguirlas para llegar al destino que nos marcan sin perdernos. Líneas rectas y curvas, continuas y discontinuas". Pero nos da una idea; podemos coger brocha y pintura para dibujar nuestro propio camino. Hoy, hace un año, cogí un AVE que, en línea recta, hizo que retomara mi vida en Barcelona. Porque mi mente eligió ese día. Porque, tal vez, de haber alargado el regreso, no se hubiera producido. Fue una vuelta tras una pérdida, después de un parón de mes y medio, de una época en la que pasé en la que llamo "zona de confort" once fines de semana consecutivos. Un retorno amortiguado, por mi afán controlador que se descalabró a las horas. Después, vendrían semanas de inestabilidad laboral, las vacaciones de verano que pasé en Almería, Logroño y, por primera vez, en Rosas. Y llegó septiembre. El complicado inicio de curso, por suerte, te trajo a ti. Un soplo de aire fresco. Pero el aire se detuvo. Ni siquiera llegué a junio. ¿Suspendí o suspendiste? Hoy, mi línea transcurre por el camino de las lágrimas. Enfilo paseo de San Joan en bici y mis ojos se empañan. El "aquí y el ahora" no puede dejar de mirar atrás. Un año atrás. Ni tampoco recordar que te vi sentado, sin mochila, en ese banco del paseo. Parece que la vida está llena de líneas discontinuas y, nos guste o no, nada es para siempre. Jorge Bucay dice que hay que estrenar una vida nueva cada mañana...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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