Sobrevolamos Málaga a miles de pies. El comandante pide un aplauso para Vanessa, una de las azafatas, que hoy cumple 34 años. Se respira buen ambiente laboral. No me gusta el avión. Me acojono cuando, a mitad de trayecto, se enciende la señal luminosa que obliga a abrocharse el cinturón y me distraigo leyendo prensa del corazón. Porque hay que darle un toque de frivolidad a la vida. Como le digo a mi madre (no sin que ella se escandalice) la realidad supera a cualquier historia de Sálvame. La propia vida es un reality. Si fuera un personaje mediático, el titular sería "tras su ruptura, vacaciones solitarias de Carlos en Fuerteventura". Como no lo soy, sólo mi entorno sabe de mi aventura. Pero no todos conocen el motivo. Hay quien me llama ermitaño. Y tendría que aplaudirme a mí mismo. Negociar las vacaciones en el trabajo supuso una lucha titánica. El sentido de futuro, del que habla el psiquiatra Luis Rojas Marcos en su obra Nuestra incierta vida normal, dio paso a la tolerancia a la incertidumbre. Como Unamuno al exiliarlo a Fuerteventura, tuve que adaptarme a la situación y reubicar mi paréntesis como trabajador social. Tal vez, lo fácil hubiera sido seguir al otro lado de la mesa. O pasar los días en Barcelona, Zaragoza y/o viceversa. No han sido unas vacaciones de color "Rosas" pero me han ofrecido algo que tenía pendiente desde hacía tiempo; viajar solo. ¡Ole, Sole!
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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