Patricia Gabancho escribe en El País sobre la Rambla del Raval, de Barcelona. Un interesante retrato del que destaco el siguiente fragmento. "El barrio está lleno de antros, cafés, bares, restaurantes, tiendas, espacios, músicas, mezclas, con ese punto de exotismo canalla que no lo abandona ni a las puertas del hotel de lujo que lo atalaya. Pero la realidad se impone: media población del Raval no sale nunca del Raval. Exactamente como antes de la reforma, pero ahora otras gentes. El Raval es un callejón tapiado. Un callejón excitante y dinámico, con vida propia, pero al mismo tiempo sucio, desgobernado, excesivo, peligroso en las esquinas nocturnas, plagado de miseria y esperanza, de vómitos y orines, de expectativa y de buena vida, de locos y de putas, de amistad y odio, de recelos y opresiones. Plagado de vida en el sentido amplio y duro de la palabra". Un chute de otra realidad muy cerca de nosotros.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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