Elvira Lindo escribe en su columna de El País, publicada el domingo 5 de julio, sobre la madrileña marcha del Orgullo Gay, celebrada el sábado, de la que cabe destacar el siguiente fragmento, tras la comparación con los actos de New York, en torno al pub Stonewall Inn. "De la misma forma, las fiestas madrileñas no se entienden fuera de Chueca, barrio al que van a ejercer su libertad a lo largo del año chavales de toda España, de lugares más pequeños y más opresivos donde aún no pueden expresar su condición abiertamente. Pero Chueca no es un gueto para homosexuales. Es más, muchos gays detestan los lugares excesivamente tendentes al estereotipo. En Chueca se mezclan gays y heteros, jóvenes con ganas de marcha y ancianos con ganas de dormir, bebés que precisan tranquilidad y un gentío que no ve el momento de irse a la cama, gente que sabe divertirse discretamente y gente que usa la ciudad como un vertedero. De todo eso hay. Siendo pues el centro de Madrid uno de los lugares más vivos de Europa hay que ser sensibles a la hora de ver la manera de introducir dos millones de personas con ganas de juerga en esa ratonera urbana que es el cogollo de Chueca". ¿No es Chueca un gueto? ¿O el Gay Eixample barcelonés? Una vez más para gustos los colores. O más bien, para opiniones.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
Comentarios
Publicar un comentario