El editorial del número 23 de la revista Moxow, firmado por Ronan Risselin, reflexiona sobre el fútbol, y cómo se viven sus victorias en los vestuarios. "Me encanta ver estos tíos que con dos o tres copas de más pierden toda su "macho-actitud", y no tienen ningún problema en despelotarse, enseñar el culo o simular actos sexuales entre tíos, eso sí, siempre con el objetivo de celebrar el triunfo de su equipo y... ¡sin mariconadas!" La hipocresía en este deporte es evidente. Ningún jugador ha salido públicamente del armario. Nadie tiene porque hacerlo. Cada uno es dueño de su vida, y se acuesta o se enamora de quien le da la gana. Pero resulta llamativo. Tal vez como señala Riosellana, "quizás un día se darán cuenta que la penetración anal no tiene nada que ver con ser más o menos hombre, y que dos tíos pueden follar sin estar borrachos". También, ingenuo, se pregunta, qué se cuece en los vestuarios cuando se han ido las cámaras... Hablando de fútbol, flipante es el apoyo que Heraldo de Aragón está dando estos días al Real Zaragoza. Un empujón que llena hojas del periódico, y que copa los escaparates de los comercios de la ciudad. Si quieren subir a primera, sólo tienen que hacer una cosa: darle patadas al balón. Ya vale de ensalzar tanto a unos señores con pantalón corto que corren detrás de un trozo de cuero. Jugadores convertidos en hombres anuncio, que forman parte de un circo politizado y mediatizado que genera, para algunos, incluidos ellos mismos, grandes beneficios. Por desgracia, los goles, en España, son sinónimo de cultura.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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