A la espera de los resultados de la Selectividad, la Universidad ya hornea una nueva remesa de juguetes rotos. En televisión, los juguetes rotos, son aquellos famosos, que por diversas causas, han caído en el olvido. Para mí, son aquellos alumnos y alumnas, excesivamente valorados en Bachillerato, principalmente en colegios de frailes y/o monjas, cuyas notas hinchan más que las tetas de Yola Berrocal. ¿El motivo? La nota de corte para entrar en una carrera (o grado) es el resultado de la media entre el 60% de la calificación de Bachillerato, y el 40% de la calificación de la Prueba de Acceso a la Universidad. A partir de ahí, cada titulación pide su propia puntuación para acceder a ella. ¿Y qué ocurre? Pues que muchos estudiantes no la alcanzan, problema al que se añade el número limitado de plazas. Así que la solución parece consistir en cambiar Medicina por Enfermería, Periodismo por Filología Inglesa o Fisioterapia por Terapia Ocupacional. Pero no hay que preocuparse. Siempre quedarán esas carreras (o grados), criticadas por quienes nunca han estado matriculados en ellas, con fama de “maría”, que resultan el colador de cabecera para los que, por ejemplo, eligen Trabajo Social por Magisterio (como si tuvieran mucho que ver). La otra alternativa, previo paso por caja, consiste en formar parte de la Universidad de la Iglesia, en la que seguro, y aunque sea por “caridad” cristiana, les reciben con los brazos abiertos.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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