¿La Navidad bien o en familia? Sin tiempo para digerir que ya estoy de vuelta, que en 2016 ya he dormido por primera vez en Barcelona y que se ha acabado mi primera jornada laboral, tras diez días en mañolandia. Un record desde que vivo aquí. Tocaba volver pero lo hice en Blablacar. Siempre hay una primera vez, y la pareja ALSA - AVE está ya más que caducada. Con la garganta destrozada gracias al cielo invernal e infernal de mi tierra y esa niebla que hacía que la basílica del Pilar fuera sólo imaginable. Con la garganta destrozada también después de charrar y recibir jugosos titulares de mi entorno; de los de siempre y de aquellos que el factor tiempo no me permite ver tanto. Además de visitar el supermercado de la justicia zaragozano (también en Navidad, trabajador social), compartí y descubrí cafés mientras me contaban la obsesión por ser madre, una relación terapéutica, un posible retorno al otro lado del charco o una ruptura de pareja el día anterior a acabar el año. Pero también conocí a la que (y muy a mi pesar no católico) será mi ahijada, a otro maño afincado en Barcelona y me reencontré con la follonera del 15M reconvertida, por exigencias de la improvisación, en fóbica social. ¡Y conocí a la madre de la artista! Un no parar que hace el retorno más duro. Pero también más tranquilo que en 2015. Entonces, los Reyes, que no son magos ni majos, se portaron bastante mal y me trajeron un aviso. Pero, a veces, ¡no hay más ciego que el que no quiere ver! Y ese retorno se amortiguó con una invitación a cenar improvisada. Arrancamos 2016 y sigo con el blog. Por cierto, el año pasado bastante activo por circunstancias cardíacas. Pero como también hay que escribir desde la calma, allá que retomo/retorno a la escritura creativa.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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