Charramos de años que comienzan complicados, para seguir yendo a buscar un café, mientras atravesamos un polígono industrial en el que emerge un laboratorio farmacéutico. Porque el pasado siempre vuelve. Tanto que tomo cañas con un ex, donde estuve con otro ex con el que, a su vez, ya fui la noche en la que me robó un beso color ámbar. Y el viernes el cielo rompió a llorar. Mirada de reojo o bajar la mirada. Me revienta el mamarracheo y, si no me apetece, no saludo. Sábado de embarque. Los apoyos se alejan cada vez más. Aire fresco que dejó de soplar. ¿Qué me limita? Ahora toca diseccionar esa línea de la vida. Y acabo con la misma pregunta que subrayo en la novela El remanso de los sueños transparentes, "¿cómo las personas que nos vamos encontrando en nuestra vida hacen que los caminos sean carambolas inexplicables y sorprendentes?". Por cierto, tras nueve años, cambio la imagen de este blog. De verde a amarillo, de verd a grog, de green a yellow. ¡Y mañana, más cañas!
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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