Cojo aire en la zona de confort. Una ciudad en la que no podría vivir pero a la que siempre vuelvo. Porque ayuda saber que está a un billete de autobús o a un AVE. Sobre todo, cuando la vida te ha puesto delante trayectos con urgencia. No estaba prevista esta visita. Como tampoco una ruptura dos semanas atrás. Puedo respetar que el presente no guste. Que sea más cómodo pensar en un futuro, aunque sea inviable y ni siquiera exista. Pero no entiendo que fulmines de tu lado a alguien sin motivo. Que lo hagas sin que lo sientas. Que lo decidas porque en tu rompecabezas mental no encaja ninguna pieza. Que pienses que te estás equivocando cuando te bajas de "este viaje tan bonito". Y que quieras actuar como si nada hubiera pasado. Y como ya somos pasado, como el aire fresco dejó de soplar, me reconforto en el día de los no ocho meses desayunando al lado de la cadena de televisión que visité tantas veces cuando era más viable que hoy aquello de "algún día seré periodista", comparto ratos con dos de mis pilares vitales, recibo una invitación de boda (individual por circunstancias de mi guión), ceno en un local que ha supuesto el primer empleo para alguien, veo la película "Felices 140" y paseo por San Pablo recordando viejos tiempos. Porque Zaragoza, en fin de semana, siempre es una apuesta segura. Y como canta El Arrebato, al que pronto iré a ver en Barcelona, "el amor se agrieta por las dudas". Unas grietas que sólo el "aquí y ahora" dirá cómo pueden arreglarse...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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