Puede que el amor como concepto esté trillado. Que además sea algo etéreo, intangible, algo inventado por El Corte Inglés para sus múltiples campañas. Yo también lo pensaba. Pero el amor existe. Aunque nos sea complicado definirlo, aunque no sirva la explicación de la RAE. Y hay muchos tipos de amor. Eso sí, el AMOR en mayúsculas es el que sientes hacia aquella persona con la que, al menos, compartes parte del trayecto vital. Da igual si el trayecto es una media o larga distancia. Porque la distancia y el tiempo, también son conceptos relativos. El AMOR al que me refiero es aquel que protagonizan la mayoría de canciones. Aquel que tú asocias con emociones o situaciones que no sabes encajar. Y que, cada cierto tiempo, te sitúan en un bucle que te hace perder. Vas liquidando de tu vida a personas a las que quieres porque te desinflas y no sabes gestionarlo. Pero el boom de los primeros días, semanas o meses tiene un final próximo. Un punto y seguido que hay que seguir escribiendo. Asocias el amor con relaciones de pareja muy cercanas que duraron "hasta que la muerte nos separe" bajo ventilación asistida, con algo que capa tus proyectos y no con una compañía que puede transportarte a nuevas experiencias, con una situación puntual, pues no comprendes que haya personas, que haya parejas, que son felices aún prolongadas en el tiempo. Te asusta el compromiso. No vives el "aquí y ahora". Y te dejas llevas por tus pensamientos. Tu perro del hortelano duda sin cesar entre mente o emoción. Y en esa duda, intentas actuar como si nada. Pero en la vida, hay situaciones que son o blanco o negro. O experimentas el amor o no lo haces... Y si quisieras hacerlo pero no sabes cómo, también puedes pedir ayuda.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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