Con un posado robado en Castelldefels cierro temporada. Nueve meses intensos, que han tenido tela. Llegó septiembre; y con él, la marcha de Sofía, el recuerdo del comienzo de mi primera relación de pareja, un proceso de selección y una huida a Turín. Pasé cinco horas en urgencias por un cólico, conocí Lyon y vislumbré primeras trifulcas porque, como dice el refrán, "en todas las casas se cuecen habas". ¡También en la de un trabajador social! Sobreviví a Navidad y volví a Barcelona en Blablacar. Me dediqué a ocupar mi tiempo libre y el tiempo libre se convirtió en una obligación. ¡Mala estrategia! Tengo que escuchar al cuerpo, escucharme a mí mismo, reflexionar en voz alta y escribir más en este blog. Y como Sevilla tiene un color especial, allá que me fui con mi madre. Ha sido el único viaje del año hasta la fecha. Obviamente, Zaragoza no cuenta. Llegué a los 32 y estrené gafas naranjas. Ese día, que pudo ser complicado, estuvieron los pilares barceloneses. ¡Chicas, gracias por estar ahí! Se bajó el telón, cogí una baja por estar hasta el coño y ejercí de padrino. Ahora, me tuesto al sol y poso. Pero estoy en proceso. Hace meses que mi vida no me encaja y, tal vez, necesite ese cambio global. Muy coach, lo sé. Porque, también en esta temporada, he intentado gestionar un cambio profesional. Entre tanto, se fue Mariajo. ¡Cuántas chapas en esta ciudad agresiva! ¡Y cómo la echo de menos! Y como no, intentando vivir aquí y ahora. La terapia, esa bajada a los infiernos, coloca a mi mente en su lugar, es decir, en un segundo plano. Hay temas que siguen ahí, madurando. Alguno de mis usuarios, por cierto, me han hecho conectar con mi propia vida. ¡La intervención desde la teoría es tan poco real! Y sin pensar, te das cuenta que piensas menos en él. Progreso adecuadamente. Sin horizontes. ¡Jesús Vázquez sigue sin llamarme! Y seguro que mucho más, pero hasta aquí tecleo. Me voy a dormir. Mañana, más playa. Mañana, playa nudista. ¡Hasta mañana, corazones... rotos!
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
Comentarios
Publicar un comentario