Llevamos poco tiempo pero quiero dejarlo. Tuve una crisis en mayo pero decidí seguir. Antes del verano estaba al límite. Pero cogí un vuelo. Tras las vacaciones, quise pedirte un tiempo. No lo hice. Y ahora estoy en el mismo punto. Lo sabes, te lo he dicho, pero no haces nada. Sólo exiges y concedes poco. Sé que te joderá que me vaya, pero no habrá vuelta atrás. Y, obviamente, no podrás obligarme a quedarme donde yo no quiero estar. Tampoco sé si otro sitio es mejor. Pero quiero probarlo... Y te dejaré, antes o después. Con éste u otro. Mucho tienen que cambiar las cosas...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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