Jornada numérica en Zaragoza. Ayer, mientras me explican sobre planes de pensiones y fondos de inversión, la empleada de laCaixa, a la que no conocía de nada, y yo nos contamos la vida. Y nos despedimos con dos besos. Cosas que ocurren en mañolandia. A la tarde, visito, en el centro de exposiciones que la entidad bancaria tiene en la ciudad, Números de buena familia. Y yo, que soy de conectarlo todo, descubro como los números nos marcan, nos definen y nos condicionan: nuestra fecha de nacimiento, el peso, la altura, el número de calzado, los grados de miopía, nuestro distrito postal, el DNI, el teléfono móvil, un número que nos identifique como socios o la tarjeta de débito. Por citar sólo algunos, claro. De hecho, también ayer, y mientras terraceo con Vero en el Rincón de Goya, nos ponemos al día. Y me cuenta cómo le va en la colonia urbana que coordina este agosto. El mismo proyecto que yo dirigí hace cinco años. Tenía que reflejar en el post algún dato... Por cierto, fue mi última experiencia laboral en Aragón. Porque la temporada de 2010 (septiembre) comencé, supuestamente, viviendo en Barcelona. Y digo "supuestamente" porque no lo hice hasta cuatro meses más tarde. Pero había que despistar a los inhumanos de los recursos. Y así, de entrada ¿que números te vienen a la cabeza? ¡Todo son cifras!
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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