Heraldo de Aragón, ese gran diario, publica hoy una noticia titulada "Más ayudas para salir que para quedarse", haciendo referencia a la situación de los jóvenes aragoneses que, al querer emanciparse, cuentan con más ventajas si deciden marcharse al extranjero, que permaneciendo en la propia tierra. Una pena. Y no hace falta cruzar fronteras. Muchos somos los que hemos emigrado a otras ciudades españolas, principalmente Madrid y Barcelona, para buscarnos la vida. Para desarrollar nuestra carrera profesional, algo imposible en una ciudad como Zaragoza. Un pueblo grande, una capital de provincias maquillada como urbe moderna, y que se dedica a copiar a aquellas que sí lo son. Es decir, culo veo, culo quiero. Ahora, por ejemplo, el tranvía. ¡En fin! Y como resultado, una fuga de cerebros. Una huída de población joven y preparada, que hace que la tasa de envejecimiento en Aragón sea todavía mayor. Hace unas semanas, Marcelino Iglesias, ese gobernante que antes que político fue pastor de ovejas, declaraba que los jóvenes no teníamos que salir de la comunidad autónoma para estudiar o trabajar. Claro, él no estudió y su trabajo consiste en mentir, no tiene problemas de este tipo. Lástima que no viaje en los autobuses de Alsa. Allí vería la cantidad de jóvenes que marchan a dichos destinos, desde la Estación Intermodal de Delicias, cada domingo por la tarde.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
Comentarios
Publicar un comentario