
Ciertas profesiones implican amplias dosis de
empatía hacía tus usuarios, pacientes o clientes. Como ocurre en trabajo social. En nuestro quehacer profesional es básico ponerse en el lugar del otro, y tener siempre presente el principio de
autodeterminación. O lo que es lo mismo, dejar que cada individuo decida sobre su propia vida. Y aquellos principios, convicciones y filosofía, a nivel laboral, la exportamos, en muchas ocasiones, a nuestro día a día como seres humanos. Entonces, el empacho de
empatía que desprendemos puede llevarnos a situaciones de sumisión, de perder la dignidad y, en ocasiones, de arrastrarse ante una espiral en la que nos vemos inmersos, de la que nos cuesta salir, y por la que experimentamos una de cal y otra de arena, que conlleva a seguir tirando de un hilo, que otro cortó hace tiempo pero al que, a veces, sigue haciendo nudos.
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