Cada día pisamos varios escenarios. Y no hace falta ser artistas: el metro, el puesto de trabajo, la fila del supermercado... Momentos cotidianos. Esos y muchos otros que podemos compartir con otras personas. Lugares donde les esperamos, o donde nos esperan. Espacios en los que actuamos, en un momento determinado, y de los que somos protagonistas. Hasta que desaparecemos., o hacen que lo hagamos. Y puede que nos empeñemos en seguir ahí. Que pasemos delante, los miremos, pero estén vacíos. Todo lo vivido es pasado. Y parece lejano, pero a la vez está demasiado cerca. Y no entendemos qué pasa. Nos hemos perdido algún capítulo del teatro de las relaciones humanas. O, tal vez, se haya producido un descanso muy largo, casi eterno.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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