Hay cosas que no dependen de uno mismo. Que quieres que salgan de una determinada manera, pero no tienes el poder de que así sea. Y crea cierta ansiedad. Provoca ciertos interrogantes que, hasta que se descubren, el tiempo pasa eterno. Y mis veranos son así... Desde hace varios años. Creo en las etapas. Que empiezan y que acaban. Que nada es para siempre, y que la estabilidad da vértigo. Aunque en pequeñas dosis, empieza a ser necesaria. Los próximos meses pueden hacer que todo siga igual, que haya pequeños grandes cambios o que se produzca un giro de 180º. Porque el todo o nada, el blanco y negro, los extremos suelen ser más habituales que el término medio. De momento, el verano ha comenzado. Habra que ver cómo acaba, y que nos depara septiembre. Mes, por excelencia, de posibles cambios.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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