La campaña "Salvar a un periodista" parece un grupo de ayuda mutua. Pero se trata de una iniciativa ficticia, creada por un periodista harto de que, a pesar de su formación académica y de su trayectoria profesional, no encuentra empleo de lo suyo. Algo frustante en cualquier profesión, desde luego. Pero, ¿se puede informar de todo? Claramente, no. Los intereses políticos y económicos están por encima del derecho a la información, y hay que jugar al juego de los grupos mediáticos. Los testimonios de la campaña, no reales, sí que reflejan lo que ocurre en la práctica de la profesión. Y el lema de la misma, hace pensar...también a los que estamos estudiando para, algún día, trabajar como informadores: "Por una vida digna, sé ex periodista". ¿Hacen un trabajo útil los periodistas? La semana pasada, una niña moría al incendiarse la chabola en la que vivía, junto a su familia, en el barrio de Vadorrey, de Zaragoza. Una periodista de Heraldo de Aragón, estuvo en la segunda planta del Hospital Infantil para conocer cuál era el estado de otros dos menores, víctimas de la tragedia. ¿Es esto a lo que me quiero dedicar? ¿Qué ganó la familia con aparecer en la prensa? El diario, una portada y, seguro, más ejemplares vendidos. ¿Tal vez a costa de la desgracia ajena? Mi titular sería: "Chabolistas convertidos en carnaza". Más información de la campaña "Salvar a un periodista" en: http://salvarunperiodista.wordpress.com
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
es triste que los intereses políticos y económicos estén por encima del derecho a la información
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