El sueño eurovisivo de Karmele Marchante llegó a su fin el pasado jueves. Estos días, su expulsión de la preselección, por parte de RTVE, después de ser número uno en votos, ha sido la noticia más leída en los principales diarios digitales. Ella misma, comenzaba una "lucha" contra la cadena pública, y se defendía en los programas "Sálvame Deluxe" y "La Noria", de Telecinco. Más allá de que en el tsunami de Marchante la haya arrastrado, (tocando el arpa con las uñas de laca, con botox al horno, y teniendo sexo en el Carrefour), de lo coherente de su candidatura, y de lo acertado, o no, de su eliminación, el otro día, durante una entrevista alegó contra la intrusismo en la profesión de periodista, minutos después de que a ella le acusaran de lo mismo, al no ser artista. Independientemente de la información a la que se dedica (prensa del corazón), lo cierto es que nunca ella podrá ser cirujana o piloto de Iberia, pero parece que cualquiera puede ser periodista. Y no debería ser así. Si para unas profesiones se exige un título, para otras también. De hecho, y puede ser consecuencia de esto, según la Asociación de la Prensa de Madrid, los españoles tienen mala imagen de los periodistas. Seis de cada diez los asocian con vulneración de la intimidad, manipulación, sensacionalismo y partidismo, en el "Informe de la Profesión Periodistica".
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
Comentarios
Publicar un comentario