El pasado viernes, Fernando Jáuregui escribía en Heraldo de Aragón un artículo sobre la profesión de periodista en nuestro país. "(...) Directores de Comunicación ("dircoms") que no se ponen al teléfono a los periodistas los hay en varios ministerios, en algunos partidos, en bastantes instituciones y en ciertas empresas; por lo visto, les basta con enviar el comunicado oficial que corresponda, esperando que, dócilmente, los medios los reproduzcan. Líderes políticos, ministros y capitanes de la empresa y de la banca que no admiten preguntas en sus comparecencias ante la Prensa tampoco faltan ni mucho menos". "(...) Claro que hay que decir, no sin dolor, que tampoco faltan periodistas que aceptan estas circunstancias y sonríen mansamente ante el desplante o el desprecio".
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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