Empiezo la semana tras unos cristales tintados. Llego a un recinto hospitalario y tomo café. Se trata de su entorno laboral. Bata blanca, tarjeta identificativa y salida por recoveco. ¿Amigos? No lo tengo claro. ¿Se trata del premio de consolación? Llego a otro recinto hospitalario. Se trata de mi entorno laboral. Hoy me harán identificarme con un animal. Me da por el mono, con explicación incluida: "No soy amante de los animales, ellos a su rollo y yo al mío. Elijo el mono porque me hace gracia. Además, es un emoticono de WhatsApp que utilizo mucho. El mono es inquieto, va de árbol en árbol. Y yo también me considero inquieto". Y por inquieto, me llaman de otro recinto hospitalario, diferente a los anteriores, para mantener una entrevista de trabajo. Cojo un ALVIA, llego a Zaragoza y voy a ver a mi abuela. Me monto un fin de semana, en mitad de la semana. Algo desubicado al estar de lunes a miércoles. Viaje casi de incógnito. Priorizando encuentros. Y a la vuelta... ambivalencia dormida, inicio de Coaching, Jericó en Balmes, los Amigos Raros, quedada social en el Mercado del Clot, domingo de preparativos y alguien cuya huida no cesa. El otro día escuché "yo creo que seré feliz en el lugar en el que aún no estoy".
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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