Me rompí al recibir una ballena postal desde Dublín. Personas que, aún en la distancia, sientes cerca. Aunque resulte imposible ese café face to face tan necesario y que sirve para drenar. Al igual que lo fue mi retorno a Madrid. 4 días para "abrir los ojos y mirar", compartiendo una mediación cultural, (con la perdida de tiempo como hilo conductor), callejear por Malasaña o contemplar un atardecer. Y al volver, un trayecto zen en el AVE con anécdota atrevida. Porque hay que tener presente las situaciones y/o los contextos. También leí que una segunda cita es un chiste, "todos sabemos que esa es la verdaderamente importante". Y me fui de Semana Santa a una Zaragoza en la que cambié procesiones por El Tubo, en la que (como cada año) estuve en su cumpleaños y en la que también me dí cuenta que, antes o después, los mitos acaban cayendo. Por cierto, le compro una frase a mi amiga Sofía, "lo único estable es el cambio". Y comencé la "línea gay", a la que vuelvo en 15 días. También un recordatorio: "para no generarse expectativas hay que estar aquí y ahora". Vamos acabando... Alicia en casa, naan con queso, un Sant Jordi diferente y una aparición heterosexual "un poquito más alto", como canta Sergio Dalma, en el mismo lugar de aquella primera cena...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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