Cuando sales de una reunión, coges el metro en Paralelo y al llegar al despacho te dan una noticia que, tal vez, tiempo después aún no has encajado. Cuando acabas tu jornada laboral, le ves esperándote en aquel banco del paseo e intuyes que no acabaréis juntos la tarde. Cuando acudes a la primera sesión de la terapia, tomas un café con Ana y pillas el último AVE que conecta con Zaragoza. Cuando aquel trayecto bonito acabó, te echas a llorar antes que la psicóloga te abra la puerta y pasas el puente de mayo acompañado. Cuando...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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