Termino "Una nueva felicidad" de Curro Cañete, volviendo en un metro al límite de la medianoche, tras "cerrar bien es soltar peso". Últimamente, echo un vistazo a mi red social. No es fácil conocer gente, y menos en una ciudad como Barcelona. Puede que yo mismo navegue en la ambivalencia. Pero valoro lo importante de esas personas que están en el día a día. Sobretodo, presencial. Pero a veces, hay puentes que acercan la distancia. Son importantes los vínculos. Es bonito echar raíces. No creo en las huidas, y menos aún en la huida de la huida. Si que opto por la perspectiva, por recolocar los hechos, por hacer una valoración global. Y defiendo firmemente que salirse del rebaño no es anormal. Tal vez, yo intervenga en esa "anormalidad", con personas a las que no se considera que formen parte del sistema despiadado que nos envuelve. Tal vez, ni falta que les haga. Estos días, cuesta extraerse de la absurda Navidad. Pero ahí estaremos, como si no hubiera otras noches, u otros días, importantes durante el año. El día a día es otra cosa. Más inmediata, más real, más de todos... Y es que, como leo en las páginas de la novela "tantos nombres, tantos rostros, tantas personas con las que compartimos experiencias importantes y que acaban desapareciendo de nuestra vida...". Yo sé a quién quiero mantener, sé quién está ahí, quién estuvo y quién me gustaría que estuviera o lo hiciera más. Y, sobretodo, quiénes quiero que sigan estando. Aunque septiembre y enero suelan ser épocas de movimiento. Del mío, hace casi 6 años.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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