Ya salí de la zona de confort. Aunque, después de los mensajes que transcribía en el anterior post, echo de menos a las personas a las que atendía. Tal vez, nos volvamos a encontrar. La vida laboral es una noria de trayecto corto. Y también, como en las parejas, hay rupturas. Esta vez, he sido yo quien ha dejado. Seguro que, si reflexionara, no será la primera vez. Como me dijo una amiga, "tú también te fuiste de Zaragoza". Pero claro, no es lo mismo dejar a que te dejen. Casi ya está finalizando la semana del 14N. El domingo, un AVE me devolvía a Barcelona mientras charlaba con Tati. Compartimos muchas cosas. Sin duda, se avecinaba una vorágine que comenzaría el lunes con una madrugadora bienvenida. El 20 de Octubre, había presentado mi primera renuncia voluntaria desde que trabajo aquí, tras cubrir bajas maternales y sufrir una subrogación empresarial. El proyecto no hay por donde cogerlo, pero ahí está la gracia; disfrutar del privilegio de rediseñar un recurso, desde la mirada del Trabajo Social, como me salga de la peineta. ¡Y ser el nuevo tiene lo suyo, claro! ¡No sabes ni cómo funciona la fotocopiadora! Hay mucho por contar, pero ya habrá tiempo. A esto, le sumamos visitas médicas, propias y ajenas. Acompañamientos a distancia y presenciales. Estar ahí, seguir estando ahí, de una u otra manera. ¡Y yo sé lo que me digo! Porque, y ya lo he tecleado varias veces, Barcelona no acoge. Lo contrasto estos días que hablo con mi amiga Sol. Puede que, a veces, ni siquiera a sus oriundos. Y también, a veces, vivir solo no mola tanto. Al final, compartir es vivir. Y, como me dijo mi padre, "en esta ciudad sobrevives". Gisela, de Operación Triunfo, canta que "ahora que vivo más, a la velocidad, de un mundo que no espera, que me atrapa sin piedad...". Porque es enfermo trabajar 40 horas. Ahora, es mi mantra. ¡Bona nit!
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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