Por fin es viernes, después de una semana frenética. Y cruzo la Diagonal, antes de que las señales horarias de la radio marquen las ocho. Escucho uno de esos programas buenrollistas innecesarios que pretenden lograr una carcajada entre los madrugadores. Estrategia carroñera empresarial, seguro. Pero, de repente, suena Pablo Alborán. ¡No pega nada! Mientras sorteo con prisas la avenida estoy a punto, allí mismo, de cortarme las venas. ¡Qué tío más depresivo! ¿Es necesario joder así la mañana?