Puede que sepas más de alguien que sus propios amigos, que te plantee algo más pero en un futuro, que aquello que no te cuadra sean pequeñeces, que te tomes las cosas demasiado en serio, que busques sin éxito una explicación a todo... aún así hay momentos en los que es la necesaria la fluidez. Fluidez para que las relaciones, de todo tipo, lleguen a nacer. Sin que haya barreras comunicacionales: verbales cara a cara, y ni mucho menos, hoy en día, tecnológicas. Un número de móvil, nueve simples dígitos, no pueden suponer nunca un muro. Menos cuando se está empezando. No deberían asumirse los motivos de otro para que haga de algo sencillo algo complicado. Fin.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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