Aterrizaje en casa de un amigo, búsqueda de piso, inmobiliarias carroñeras, nuevo puesto de trabajo, línea roja de metro, autobús exprés al Prat, la plaza de España, clases de catalán, madrugones, quedadas, firmas de contratos, el Día, los tupper, ALSA...quince días en Barcelona. Una nueva etapa que comenzó, de alguna manera, el pasado 23 de diciembre. Un trayecto con mucho camino por recorrer, y con una parada que hacer para que alguien deje de ser un potencial viajero. Porque así es el destino. Algo o alguien puede estar muy, muy cerca, y a la vez muy lejos. Y a veces no es fruto de la casualidad. Somos nosotros los que lo forzamos, pero ante conductas evasivas poco podemos hacer. Este es el resumen de la llegada de un maño a la Ciudad Condal. Una llegada, para algunos, desde otro país. Un "país" que está a sólo 300 kilómetros.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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