Un anuncio, que se puede ver en Youtube, habla del infierno de la prensa. Todo para dar a conocer un nuevo diario argentino, llamado Últimas Noticias. Un joven, acompañado de una señora, baja en un ascensor a varios sotanos. En cada planta, se encuentran un tipo de periodistas. Los superficiales son los que no investigan. Los inexactos, los que no contrastan fuentes. Los tendenciosos, los que están obligados a decir sí o no. Los alteneros, los que abusan de su poder. Los sensacionalistas, los que sólo gritan. Su grito se ha convertido en su propio castigo. Los serviles, los que se venden según sus intereses. Van a donde sopla el viento. Y los calculadores, a los que no les importa el periodismo, sólo el dinero. Para consuelo del muchacho, la mujer le responde que no todos acabarán ahí. Y en España, ¿cómo está el periodismo?
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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