El trajín del día a día obliga a desconectar. Y creo que para ello, hay que coger la maleta y partir. Aunque sea, simplemente, un fin de semana. A la vuelta, claro está, aquello que hayamos dejado a medias, nos estará esperando. Pero, tal vez, lo afrontemos de otra manera. La calma con la que se suele volver tras un viaje, aunque pronto desaparece, sirve para tomar un pequeño impulso. Así que a ver si aprendemos a hacer un paréntesis y, por unas horas, dejar de asumir todos los roles que nos atan, responsabilizan, condicionan...y cambiarlos por uno solo: "desconectados".
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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