Septiembre erupcionó como un volcán. A nivel personal, familiar y laboral. Pasé pantalla porque me dije a mí mismo "no puedes ser trabajador social en tu vida amorosa", Lupo se fugó cual adolescente conflictivo, ejercí de asesor ante desavenencias heredadas y saqué el látigo en el despacho con población desubicada. Suerte de un picnic en la Barceloneta con sabor a helado de melón, y de Pilates con mi instructor dominicano, que al inicio de la clase nos invita a "olvidar lo que hay allí fuera".
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q...
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