Casualidad o causalidad, dejé de teclear al mismo tiempo que comencé a posar. Mi primera sesión de fotos fue en 2017. Una calurosa mañana de junio, en los alrededores del aeropuerto de El Prat de Llobregat. Contento con el resultado, el gusanillo seguía picando y, poco a poco, fui poniéndome ante el objetivo de amateurs de la fotografía, de fotógrafos que ya no ejercen o de profesionales que viven de dicho arte. Para mí, la fotografía erótica es diversión, transgresión y reivindicación. Es mostrar a otro Carlos, lejos del que, cada mañana, escucha problemáticas ajenas, y lejos también del que lucha contra sus propios fantasmas. El desnudo se censura, y no hay mayor libertad de expresión que despojarte de la ropa y mostrarte sin artificios. Debería ser algo natural, pero estamos más acostumbrados a visualizar imágenes de guerra que de nuestra propia piel. La censura en Instagram es incomprensible, y la presión estética hacia cuerpos blancos, jóvenes y musculados también. Spoiler: si eres gay, todavía más. Sí a Ayuso le gusta la fruta, a mí me gusta posar. Cada shotting es una experiencia diferente, y el último me liberó del corsé que la vida me fue apretando. ¿Cuál será el resultado?
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q...
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