Ya pasó mi vetado Sant Jordi. Con más rosas que nunca. La autoregalada, la de Mariajo y la de Tati. No, no estaban envenenadas. Porque, esta próxima semana se cierra el año de las primeras veces. Habrá que ver qué pasa a partir de ahora. En una vida, me repiten, que me pone las cosas delante. Y también tuve libro. Su primera frase; "Me llamo Malena y es posible que muera hoy". Intensa, al igual que mi domingo. Un domingo, al que he llegado en un sueño que me ubicaba en Logroño en un piso multicolor. Siempre dije que viviría allí. Y no me separé 175 kilómetros (distancia desde Zaragoza) sino que lo hice 500. En fin, que me voy de tema. Mientras subía la cafetera he recibido un WhatsApp, con cierto enigma, de alguien que he echado de menos últimamente, y que me escribe que ha "tenido una situación muy complicada". No sé mucho más ni me apetece seguir tecleando. Sin duda, somos más frágiles de lo que pensamos o de lo que aparentamos. Y más tarde, una confidencia de la manera más natural en una tetería del Gótico. Porque a todos nos ocurren cosas. Y me gusta que otro las comparta conmigo. ¡A ver si me aplico más el cuento! Sin barreras. Abstrayéndome de lo que no me gusta. Por cierto, Alejandro y Sonia, personajes teatrales, se han encontrado casualmente por la tarde y volverán a verse el miércoles en esa chalada selección de personal.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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