Hace mucho que no escribo ni que tecleo en este blog. Ni siquiera, llevo a cabo el ejercicio de escritura automática que aprendí en el último taller, y que consiste en vomitar durante unos minutos aquello que pasa por tu mente, para luego dejarlo en un cajón y releerlo pasado un tiempo. Tal vez, si escribiera más pudiera conectar mejor con el "aquí y ahora", porque la anticipación siempre tiene prisa y pronto aparece. Finalizó un 2014 contaminado y llegó un nuevo año que comenzó con lágrimas, alerta médica y un terremoto emocional. Así, todo condensado y sin que hubiera transcurrido la primera quincena del 2015. Hoy, miércoles, casi jueves, estamos en los primeros días de la primavera. La inauguré con ellos, con un concierto de Camela al que asistí en solitario. Porque valoro que necesito tiempo. Tiempo para mí, para que asome ese duelo latente que, intuyo, dificulta que la ilusión esté presente. También un tiempo para compartir. Tal vez, poco a poco, compartir más. Hoy, miércoles, casi jueves, ha finalizado la experiencia teatral en la que durante varias semanas he encarnado a personajes tan diversos como un propietario sin escrúpulos de apartamentos turísticos, un conductor kamikaze de autobús o un vigilante de metro. Pero, ¿qué papel interpretamos en nuestro día a día? A veces, mimetizamos tanto el yo real con aquel actor que inconscientemente encarnamos que nos es díficil, como en el juego de mesa, saber quién es quién. Y dicho esto, como siempre el propósito de escupir en este blog porque, aunque nadie lea este descarrile, cumple una función más que terapeútica...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
Suelo leer el "descarrile" aunque nunca comento, hasta hoy: para enviarte ánimo. :)
ResponderEliminarMenos lo de la alerta médica, mi 2015 está siendo parecido.
Sigue vomitando, que viene bien :)
ResponderEliminarYo sí te leo. Y por lo que veo, Arabella tambien.