Dos maños en Barcelona inauguramos ayer la sesión semanal de chapa. Una terapia necesaria para los que sobrevivimos a un día a día inestable, lejos de casa. Y para iniciarlo, temazo: amores y desamores. No sólo es la Esteban la que pueda estar siempre contando lo mismo. Muchos de nosotros retroalimentamos historias en punto muerto. Situaciones, personas y lugares sobre los que otros escuchan y/u opinan. Pero, ¿nos sirve de algo? Podemos aferrarnos a la nada, sumergirnos en un ciclo. Un círculo vicioso que cuesta cerrar, en una semana en la que, oficialmente, ya soy habitante de Barcelona y en la que se cierra la primera etapa, iniciada en estos tres primeros meses: el Bàsic 3.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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