Años consecutivos. Personas distintas. Paréntesis veraniego. Y la duda de cómo continuará una historia. Una historia de vida, una relación entre dos seres humanos. Una pareja de amigos, en la que a una de las partes le gustaría algo más. Dos personas que se acaban de conocer. O dos personas que lo harán en un futuro próximo. Tal vez ya hablen, tal vez coincidan, tal vez los presenten... ¿Y qué ocurrirá? Los sentimientos son correspondidos, o no. Perduran, se esfuman. Se transforman en indiferencia o, peor aún, en odio. Hay quien desaparece. Otros tiran de una bovina cuyo hilo se gastó. Pero al menos, cada cierto tiempo, hay alguien en la mente de uno/a por quien se tiene una ilusión. Porque de ilusión también se vive, y las cosas pueden salir bien, tal y como nos gustaría. Antes o después, pero, tal vez, cueste que llegue la persona correcta...
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
a veces el destino es tan caprichoso...
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