A veces, quedamos a tomar café con alguien. Y puede que sigamos ese hábito con frecuencia. Entre sorbo y sorbo, se habla de la vida. De la propia y de la ajena. Más aún, cuando en "grandes" ciudades las conexiones de las relaciones humanas son cercanas, extensas y también surrealistas. Entonces, el ambiente se convierte en una especie de informativo en el que los titulares se suceden con rapidez. Y hay contenidos de todo tipo. Más jugosos y menos. Esperados e inesperados. Algunos que el tiempo ha puesto en su sitio. Es la vida. El avatar de nuestro entorno, del que somos partícipes. A veces protagonistas, otras personajes secundarios. O extras, nexos de unión. Lo que ocurre, es que no siempre hay nada con lo que endulzar ese café. Y no me refiero a echar dos sobres de azúcar. Cuando no tenemos, o nos tienen, nada que contar, trascendente, original, conflictivo, morboso o exclusivo, parece que no tiene sentido quedar. Porque nos gusta la carnaza, y porque el día a día de las p