Domingo, 30 de agosto. 22:25 horas. Necesito ir desde el paseo de Cuellar, hasta las Murallas Rumanas. Espero al autobús, de la línea 34, durante seis minutos. Subo. Tres paradas más allá, nos deja tirados en la Glorieta de Sasera. Mando un sms al 5976. Un 34 llegará en un minuto. Mentira. El 23, en ocho. Espero. Tras atravesar el paseo Independencia, fin del trayecto. 22:40 horas. No llega hasta el Polígono de Santiago. ¡Vaya servicio! Desde cerca de la plaza de España, y con dos trasbordos por delante, tengo que acabar yendo andando. Yo también odio a TUZSA.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
huy q poco echo yo de menos a tuzsaaaaa
ResponderEliminarPatty