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Información, información...

El mundo es un pañuelo... y Zaragoza un moco pegajoso. Tirando del hilo, las conexiones entre personas se multipican, y desde redes sociales, como Tuenti o Facebook, se disparan. ¿Y qué ocurre? Que tienes información, información... de unos y de otros, de otros y de unos. ¿Veraz? No siempre. Pero si es algo que hubiera sido mejor no saber, te condiciona. Intentas atar cabos, utilizar más fuentes, contrastar lo que te han contado, valorar otros puntos de vista, analizar e interpretar... hasta que sacas tus propias conclusiones. Y te das cuenta de lo complicado de la objetividad. Imposible si hay implicación emocional. Y asumes, además, que siempre hay "porteras baratas", "mariquitas malas" o topos que traen y llevan a su antojo, porque su vida es tan triste que la ajena les sirve de entretenimiento. Y esto es el mundo real, el día a día. Pero luego somos tan hipócritas que nos echamos las manos a la cabeza de lo que ocurre en Gran Hermano. ¡Ay, no! ¡Qué nadie lo ve!

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Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q

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Aquella marioneta de madera que acabó convirtiéndose en niño es Pinocho. Un personaje de la literatura infantil al que por mentir le crecía la nariz. ¿Y qué se les debería agrandar a aquellos adultos que no dicen la verdad? Por lo general, son personas con baja autoestima que se crean una mejor imagen de sí mismos para obtener la aceptación del resto. Y es más frecuente en hombres. Obviamente, se trata de mentirosos compulsivos. Artistas en mezclar mentira y verdad, de jugar al despiste, de saltar con habilidad de un tema a otro, de hacer pensar que es cierto aquello que argumentan y de enganchar...porque lo misterioso, o lo tóxico, atrapa. Así que, según me han contado, puedes conocer a alguien que dice llamarse Ángel pero a ti te consta que Miguel, que dice trabajar en un cuerpo policial pero resulta que es peluquero autónomo, que dice tener una carrera universitaria pero comete más faltas ortográficas que el más tonto de la clase (y no es excusa el lenguaje sms ), que dice habe