Un domingo más, un AVE me devuelve a Barcelona con retraso por una incidencia indeterminada, y llegaré convertido en calabaza sin poder coger el metro, sin zapato de cristal y sin príncipe que quiera ser coprotagonista de mi cuento. Un puente en Zaragoza de reencuentros, a pesar de los 300 kilómetros que me separan de mi ciudad natal, desde hace casi 15 años. Eso sí, no viajo solo. Lupo va conmigo. Soy papá perruno. La adopción internacional quedó descartada, porque para mí no es ecológico comenzar una batalla administrativa con países racistas, machistas, homófobos y serófobos que, por otro lado, tienen a la infancia malviviendo en sus territorios. Es el precio de la disidencia: ni soy hetero, ni estoy casado y, aunque sí que tenga piso y trabajo fijo, hay sticks rojos en mi test de idoneidad. Por cierto, idoneidad con la que me limpio el trasero. ¡Con lo que yo veo en mi despacho! Se llama, infancia en riesgo. Seguimos en el AVE. Alta Velocidad Española, para quien quiere creérselo. ...
Septiembre erupcionó como un volcán. A nivel personal, familiar y laboral. Pasé pantalla porque me dije a mí mismo "no puedes ser trabajador social en tu vida amorosa", Lupo se fugó cual adolescente conflictivo, ejercí de asesor ante desavenencias heredadas y saqué el látigo en el despacho con población desubicada. Suerte de un picnic en la Barceloneta con sabor a helado de melón, y de Pilates con mi instructor dominicano, que al inicio de la clase nos invita a "olvidar lo que hay allí fuera".